En contra de lo que se pensaba antes de 1914, los demoledores efectos del fuego de artillería (más del 60% del total de bajas en la Primera Guerra Mundial lo fueron por fuego de artillería) y de ametralladora provocaron la parálisis de la maniobra, quedando la infantería “enterrada” en líneas de fortificaciones de campaña que cubrían todo el frente.
Por otra parte el enorme tamaño de los ejércitos – consecuencia del incremento demográfico y de las posibilidades de producción de armamento y equipo gracias a la revolución industrial – trajo como consecuencia la extensión de la línea de contacto entre los oponentes (la “carrera hacia el mar” de 1914): nacen los “frentes”. Así, el frente occidental se configura como una línea continua de fortificaciones guarnecidas que se extiende desde la frontera suiza hasta las costas del canal de la Mancha.
Los intentos realizados para resucitar la maniobra pasan, paradójicamente, por el incremento del fuego: para conseguir romper el fortificado frente enemigo, se organizan grandes concentraciones artilleras (con miles de piezas), que baten ininterrumpidamente durante días la parte elegida del frente para efectuar la ruptura, incluyendo un muy importante esfuerzo de contrabatería. Una vez se considera que el frente enemigo está suficientemente debilitado, la infantería sale de las trincheras propias e inicia el asalto. Idealmente, ocupadas las fortificaciones enemigas, la artillería cambia de posición hacia vanguardia para continuar apoyando el avance de la infantería.
Sin embargo, esta táctica no obtiene buenos resultados. La preparación artillera proporciona al enemigo información precisa del lugar elegido para romper el frente y su larga duración le da tiempo para desplazar reservas a la zona. Una vez terminada la preparación, la infantería asaltante debe atravesar una “tierra de nadie” convertida en un laberinto de cráteres embarrados, donde el avance es lento y donde no era infrecuente extraviarse o errar la dirección. Y, tras alcanzar las trincheras enemigas, la infantería -si conseguía ocupar las obras defensivas enemigas- debía detenerse a esperar el cambio de posición de su artillería para permitirle continuar su avance.
En ese momento, el enemigo contraatacaba con las reservas que había llevado a la zona durante la preparación artillera. Puesto que la artillería atacante estaba ya demasiado alejada para prestar apoyo eficaz o estaba ya cambiando de posición hacia vanguardia, la infantería asaltante debía hacer frente al contraataque en condiciones de gran inferioridad de fuegos. La consecuencia era que, o bien el ataque fracasaba, o bien la ofensiva se estancaba tras avanzar escasos miles de metros…
Para protegerse, la infantería fue perfeccionando las obras de fortificación, lo que, a su vez, incrementó las necesidades de fuegos para los asaltos. De la misma manera, la obtención de la superioridad de fuegos era condición sine qua non para la ofensiva, de forma que también crecieron las demandas de unidades artilleras para labores de contrabatería… Como resultado, se produjo una espiral de crecimiento en las dotaciones artilleras de los contendientes. Como ejemplo, en 1917 la Royal Field Artillery empleaba más personal que laRoyal Navy, a la sazón la mayor armada del mundo…
El coste humano de estas tácticas era brutal. Durante la batalla del saliente de Yprès en 1917, el Ejército británico sufrió 540.000 bajas en tres meses de combates; la “esperanza de vida” del jefe de sección de infantería británica en esa batalla era de 15 días en el frente… Este número de bajas hacía que las divisiones de infantería se consumieran rápidamente. En una operación ofensiva, la zona de operaciones de una división de infantería se reducía a 2.000 ó 3.000 metros de frente por 4.000 ó 5.000 de profundidad. Normalmente, las divisiones que tomaban parte en estos asaltos quedaban prácticamente destruidas tras ellos.
Este tipo de procedimientos obligaba a centralizar al máximo la artillería, con el fin de obtener su máximo rendimiento. La coordinación de estas enormes masas artilleras obligó a crear órganos específicos para ello, muy voluminosos, que se añadieron a los estados mayores.
De la misma manera, las necesidades logísticas en munición de esas masas artilleras excedían con mucho los requisitos logísticos de cualquier otra índole. Esto obligó a potenciar los órganos administrativos encargados de la logística, y a crear órganos específicos dedicados al suministro y almacenamiento de munición de artillería. Poco a poco, la logística en su conjunto se fue confiando a personal artillero, como consecuencia de la preponderancia (en peso y volumen) de la munición de artillería sobre cualquier otro recurso logístico. En efecto, los procedimientos de combate descritos requerían un enorme consumo de munición de artillería: miles de piezas disparando ininterrumpidamente durante días obligaban a abastecer con miles de toneladas de munición a esas piezas. Algunos ejemplos: en las primeras cinco horas de la ofensiva alemana Kaiserschlacht, al final del conflicto, diez mil cañones alemanes dispararon 1.160.000 disparos. Y en la batalla de San Quintín (21 de Marzo de 1918), los alemanes disponían de 6.608 cañones (2.598 de ellos obuses pesados), que dispararon 3.2 millones de disparos sólo el primer día de la ofensiva. El movimiento de esta cantidad de munición habría requerido más de 50.000 camiones de los empleados en 1940. La densidad de piezas en algunas de estas batallas alcanzó las 100 por kilómetro de frente.
Como consecuencia, los ejércitos se hicieron enormemente dependientes de la existencia de líneas de comunicación capaces de mantener la corriente logística que demandaba la artillería. Esto limitaba mucho las operaciones posibles, que al final se planeaban sobre la base de la existencia y el recorrido de estas vías. Y otra consecuencia adicional de estos procedimientos de combate fue el crecimiento de los estados mayores, como consecuencia de la aparición de los citados órganos de coordinación de fuegos y de control del flujo logístico.
Además de estos dos factores, lo rudimentario de los medios de transmisiones obligaba a que la infantería se coordinase con la artillería de apoyo empleando medidas de coordinación preestablecidas (horarios, alcanzar líneas o puntos relevantes del terreno…). Era preciso un planeamiento muy detallado de cada operación, lo que a su vez también obligaba a potenciar en este sentido a los órganos de planeamiento de los estados mayores. Un efecto añadido de este planeamiento detallado fue la eliminación de la iniciativa de los mandos subordinados: cualquier desviación del plan podía implicar el colapso de toda la operación, por lo que la iniciativa se consideraba contraproducente.
Sólo en los años finales de la Gran Guerra se empezaron a atisbar soluciones que permitieran romper esta situación de crecientes masas artilleras y parálisis de la maniobra. Con este fin se intentaron soluciones tecnológicas (como la introducción del carro de combate) y soluciones tácticas. La ofensiva alemana Kaiserschlacht de la primavera de 1918 es uno de los pocos intentos con cierto éxito de cambiar esta situación mediante la modificación de las tácticas de la época. Los alemanes
Los norteamericanos llegaron a Europa en 1917 sin ninguna experiencia en guerra moderna y, por ello, copiaron literalmente al “ejército líder” de los aliados: el ejército francés. Se imitó la doctrina, los materiales, la estructura de los estados mayores, la logística…identificaron correctamente que la principal razón de la pérdida de la maniobra se encontraba en la necesidad de esperar a que la artillería cambiase de posición para continuar el avance tras romper la línea enemiga. La solución de la Kaiserschlacht fue su intento de proseguir el avance sin apoyo artillero, empleando la sorpresa y a unidades especiales de infantería (las Stosstruppen) para penetrar en el despliegue enemigo, intentando colapsar su dispositivo defensivo antes de la entrada en combate de sus reservas. Sin embargo, el resultado no fue el esperado: pese a conseguir avances mucho más profundos que los realizados desde 1914, las pérdidas en estas unidades de infantería escogidas fueron tan grandes que, en la práctica, acabaron con la capacidad ofensiva del Ejército alemán. Pese a ese resultado, el diagnóstico alemán era correcto: era necesario evitar la dependencia del apoyo de artillería si se quería recobrar la maniobra.
El periodo de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial
Tras la Primera Guerra Mundial, entre los aliados se era consciente de que la victoria se había obtenido gracias al mayor potencial industrial, económico y humano de los vencedores con respecto a los vencidos, y se consideraba que los procedimientos tácticos empleados eran la mejor forma de trasladar al campo de batalla este poderío económico. Como consecuencia, los desarrollos doctrinales de posguerra fueron encaminados a perfeccionar un sistema que consideraban esencialmente correcto.
El Estado Mayor francés diseñó el ejército, en palabras de Liddell Hart (1965: 273)– “como una lenta apisonadora de fuego que debería hacer retroceder gradualmente, como en 1918, a un ejército similar”, en una doctrina que denominaron bataille conduite, traducida por los norteamericanos como methodical battle. La aversión social a la guerra, consecuencia del enorme número de bajas de la Gran Guerra, hizo cambiar ligeramente esta percepción, en el sentido de renunciar a la ofensiva, y prepararse para resistir a la “apisonadora” alemana, empleando esencialmente los mismos procedimientos que en 1918. El resultado más evidente de esta tendencia fue la construcción de la “Línea Maginot”, una posición fortificada del estilo de las que se construyeron en la Primera Guerra Mundial, pero diseñada desde tiempo de paz y construida con hormigón, en lugar de con sacos terreros.
Una excepción a esta tendencia francesa y norteamericana fue el ejército británico. Éste había entrado en combate en el teatro europeo sin una doctrina unificada y con procedimientos absolutamente inadecuados para el teatro de operaciones (el ejército británico llevaba casi un siglo dedicado esencialmente a labores de “policía colonial”, y cada regimiento estaba especializado en la forma de realizar estas tareas en su “rincón” del imperio). Las espectaculares bajas sufridas llevaron a un importante grupo de los oficiales que las sufrieron (encabezados por Liddell-Hart) a rechazar que esas carnicerías pudieran ser aceptadas sin más como la forma correcta de conducir la guerra. Sin embargo, las luchas internas dentro de las fuerzas armadas británicas llevaron a que los defensores del carro se polarizasen (defendiendo que el carro de combate, en solitario, era capaz de alcanzar la victoria), mientras que no se hizo ningún intento de implicar a la RAF en este desarrollo doctrinal. En sentido contrario, los enemigos de esta doctrina pusieron todos los inconvenientes posibles para su aplicación. Así, el ejército británico (el único completamente motorizado en 1939) no supo aplicar una doctrina coherente de guerra móvil al iniciarse la Segunda Guerra Mundial.
Por parte alemana, el análisis fue mucho más profundo. Sobre la base de los estudios realizados previamente a la Kaiserschlacht, el reducido Estado Mayor General alemán del periodo de entreguerras continuó analizando las lecciones aprendidas de los combates del frente del Este, donde los ejércitos alemanes habían luchado en inferioridad numérica frente a los rusos, pero habían conseguido victorias decisivas.
Estos estudios se enfocaron a reducir la dependencia de las armas de maniobra con respecto al fuego de artillería. La menor dependencia debería traducirse en una mayor capacidad de penetración en los despliegues enemigos y una mayor autonomía con respecto a las líneas de comunicación (consiguiendo una mayor libertad en el diseño de las operaciones), logrando resultados decisivos y reduciendo el número de bajas. Las lecciones aprendidas de laKaiserschlacht de 1917 se aplicaron también a la doctrina y a los desarrollos tecnológicos:
Era necesario dar iniciativa a los subordinados hasta el nivel más bajo, para permitir la velocidad de reacción necesaria para explotar las brechas antes de la llegada de las reservas enemigas las unidades que explotasen la brecha necesitaban una movilidad y una velocidad mucho mayores que las que tenía la Infantería a pie
Era necesario que estas unidades pudiesen trasladar la información obtenida, sus intenciones y movimientos a los escalones superiores, sin esperar a los lentos y vulnerables tendidos de cable telefónico…
Pero, sobre todo, era necesario obtener apoyos de fuegos más ágiles que los que podía proporcionar la artillería.
El problema del apoyo de fuegos era el elemento clave que condicionaba todo el problema táctico, tanto en el sistema aliado como en la alternativa que buscaba afanosamente el Estado Mayor General alemán… Finalmente, los alemanes consideraron que la aviación sería el elemento capaz de proporcionar apoyo de fuego a las unidades de maniobra terrestres, sin obligarlas a arrastrar con ellas los miles de piezas de artillería típicos de la Primera Guerra Mundial, ni esclavizarlas a la existencia de líneas de comunicación de buena calidad y cuyo control era absolutamente necesario para el combate.
Es interesante destacar que, según el Tratado de Versalles, Alemania no podía tener aviación. Este hecho tuvo una consecuencia inesperada: el desarrollo de la aviación alemana se hizo secretamente, y se impulsó desde el Estado Mayor General del ejército de tierra alemán, en el marco de la solución del problema táctico “terrestre”. Por este motivo, desde su nacimiento, laLuftwaffe se diseñó como un elemento de apoyo de fuegos para el ejército de tierra. Esta circunstancia mantuvo a Alemania ajena al debate doctrinal del periodo de entreguerras acerca del “poder aéreo estratégico”, por lo que la prioridad de la Luftwaffe siempre fue proporcionar el apoyo aéreo próximo al ejército. Como consecuencia, la integración entre la aviación y el ejército en Alemania era, en 1939, inmensamente superior a la existente en cualquiera de sus rivales (la otra cara de la moneda era que la Luftwaffe carecía de los medios necesarios para ejecutar acciones de alcance estratégico, como se puso de manifiesto a lo largo del conflicto, ya desde la “Batalla de Inglaterra” en 1940). Las dificultades técnicas de la cooperación aire-tierra (problemas de enlace y de identificación de tropas propias desde el aire) se solucionaron con “reparto de papeles”: fuera de los puntos críticos (donde el apoyo de aviación era muy cercano y coordinado mediante destacamentos de enlace aéreos, pero sólo suponía un 16% del esfuerzo aéreo aplicado en Francia en 1940), la Luftwaffe tenía como misión proteger los flancos de las profundas penetraciones acorazadas, atacando la retaguardia de las fuerzas enemigas que amenazasen los flancos (Van Creveld, Canby & Brower, 1994: 34-39).
La falta de movilidad y velocidad de la infantería a pie para explotar las penetraciones en el despliegue enemigo se solucionó mediante el desarrollo de carros de combate adaptados a estas necesidades, y su agrupación en unidades destinadas a realizar este tipo de penetraciones: las divisiones acorazadas. Sin embargo, los ejercicios del periodo de entreguerras pusieron de manifiesto las principales limitaciones de las unidades constituidas únicamente por carros de combate: su escasa capacidad de ocupación de terreno y sus problemas para combatir en terrenos difíciles o bien fortificados. Como consecuencia, y para compensar estas deficiencias, los alemanes crearon unidades de infantería montadas sobre vehículos, con movilidad y velocidad suficientes para seguir a las unidades acorazadas y proporcionarles las capacidades de combate que les faltaban.
Para “unir” las piezas del puzzle, el ejército alemán desarrolló y e hizo un uso intensivo de las comunicaciones radio. La radio, inventada a principios de siglo, permite a los carros comunicarse entre ellos y operar como unidad, enlazar con la aviación para coordinar el apoyo aéreo e informar a los escalones superiores de los movimientos, hallazgos y necesidades de las unidades de forma muy rápida. Estas características permiten también modificar la doctrina aplicable, escapando de la “esclavitud” de las unidades de maniobra con respecto a los rígidos planes de fuegos de la artillería. La radio “flexibiliza” la maniobra y permite dar iniciativa al subordinado. No es sorprendente que uno de los más destacados jefes de unidades acorazadas alemanas, el General Guderian, fuese un Oficial de Transmisiones… Una consecuencia adicional de estos desarrollos es que la artillería pasa a ser un arma relativamente marginada dentro del ejército alemán, pese a experimentar un importante desarrollo técnico. El ejército alemán crea también la artillería autopropulsada para proporcionar apoyo de fuego inmediato (pero limitado) a las unidades acorazadas, hasta la intervención de la aviación.
La idea básica alemana era reducir la dependencia logística de sus divisiones acorazadas, de forma que pudiesen operar muy profundamente en la retaguardia enemiga, sin depender de la existencia de vías de comunicación, y compensando mediante movilidad y fuego aéreo la falta de artillería de campaña. Las memorias de Von Manstein (“Victorias perdidas”) citan constantemente la necesidad de “libertad operacional” para las divisiones acorazadas y mecanizadas. Una consecuencia adicional es que el terreno, en este tipo de doctrinas, tiene un valor relativo: es mucho más importante conservar la “libertad operacional” que verse fijado al terreno frente a un enemigo que superaba numéricamente a la Wehrmacht en todo tipo de medios humanos y materiales.
De esta consideración nacen conceptos como la “defensa móvil” (segunda batalla de Jarkov), donde los alemanes dejan avanzar a las formaciones de primera línea enemigas, concentrado sus medios aéreos sobre las formaciones de segunda línea y sobre la logística, y destruyendo a las unidades soviéticas que habían penetrado el frente alemán cuando no podían esperar refuerzos y su logística estaba agotada: un excelente precedente de lo que décadas después sería el Follow-On Forces Attack de la OTAN…
Sin embargo, cuando los alemanes pierden la superioridad aérea, esta doctrina es inaplicable. En tal caso, los alemanes combaten en inferioridad de fuegos, y, sin apoyo aéreo, carecen de potencia de fuego en caso de encontrar una resistencia decidida (Bastogne, 1944, por ejemplo).
Por su parte, los aliados reeditan la Primera Guerra Mundial, pero sobre vehículos, en lugar de a pié: la artillería sigue siendo el arma fundamental del combate (según Patton: “es inútil preguntar quién ganó la guerra: lo hizo la artillería”), y la victoria por desgaste la estrategia a seguir.
Una excepción fue la Unión Soviética, cuyo ejército realizó una guerra móvil en la que compensaba su carencia de apoyo aéreo con el empleo masivo de medios acorazados y artilleros: donde los alemanes “buscan” un punto débil en el despliegue enemigo para efectuar la ruptura, los soviéticos “crean” ese punto débil empleando masas artilleras (tipo Primera Guerra Mundial), pero penetran en la retaguardia enemiga con formaciones acorazadas masivas, sin contar con apoyo aéreo o artillero. De la misma forma, los soviéticos hacen avanzar a sus formaciones sin relevarlas hasta que se agotan o son destruidas, dependiendo la profundidad del avance de la disponibilidad de formaciones en segunda línea, que son las que avanzan por las brechas abiertas por las grandes unidades de primera línea… Si estas formaciones de segunda línea son destruidas, no hay avance en la retaguardia enemiga. De ahí la importancia que los alemanes (y luego la OTAN) concederán a la destrucción de dichas unidades de segunda línea.
La guerra de maniobra en el conflicto árabe-israelí
Israel se enfrentó a una situación parecida a la de la Alemania de entreguerras al estar rodeado por estados con gran superioridad numérica en medios materiales. Su respuesta fue similar a la alemana: sobre la base de la blitzkrieg, las Fuerzas de Defensa de Israel desarrollaron una doctrina de guerra móvil, basada, como la alemana, en el empleo de medios acorazados y apoyo aéreo mejor que artillero (la Heyl’a Avir es, de hecho, un arma perteneciente al ejército de tierra). La resonante victoria de 1967 fue una prueba de la bondad de esta doctrina, que, sin embargo, resultó víctima de su propio éxito: como los británicos en el periodo de entreguerras, los israelíes llegan a pensar que el binomio carros-aviación sería suficiente para alcanzar la victoria. En consecuencia, dejaron de lado los esfuerzos de cooperación interarmas, y sufrieron un duro correctivo en la Guerra del Yom Kippur de 1973.
La AirLand Battle
En 1975, tras la profesionalización de su ejército, Estados Unidos se enfrenta a una situación única: por primera vez en su historia, carece de superioridad material y numérica para vencer a un enemigo. En consecuencia, el TRADOC empieza a buscar otras soluciones. La primera es la experiencia israelí, a la que llegan cuando los propios israelíes “se lamen las heridas” del Yom Kippur… Como consecuencias de los errores percibidos en la actuación del Tsahal, el siguiente paso es “recurrir a la fuente original”: el TRADOC contrata como “asesores” a destacados generales alemanes retirados, como Balck o Von Mellenthin…
Sin embargo, la escasa importancia que los alemanes dan al terreno y la libertad que conceden a las formaciones subordinadas ‘chocaron’ con la tradición militar norteamericana, heredera directa de la doctrina francesa de la Primera Guerra Mundial. De ahí que los defensores de la AirLand Battle necesitasen ‘convencer’ a los mandos del US Army (lo que explica los briefings “abiertos”), y, por otro lado, que esa doctrina fuese una versión ‘descafeinada’ de la blitzkrieg alemana… Y que nunca se haya aplicado completamente. En realidad, en Irak en 1991, el U.S. Army hizo ‘lo de siempre’: vencer mediante el fuego, pese al timidísimo envolvimiento del VII Cuerpo sobre el flanco derecho iraquí. Sólo en Irak en 2003 (y por imposición directa y forzada del Secretario de Defensa Donald P. Rumsfeld) el U.S. Army realizó una operación de guerra móvil ‘de verdad’.
Este es otro punto interesante: pese a lo que se escriba en la doctrina, en combate los ejércitos tienden a repetir los procedimientos que salieron bien en el pasado. Así lo hicieron los británicos en 1939 y también los norteamericanos en 1991.
La AirLand Battle coincidió con la blitzkrieg en la necesidad que el ejército de tierra tiene del apoyo aéreo. Sin embargo, esto coloca a la fuerza aérea en una posición ‘subordinada’ al ejército de tierra. En la Alemania de entreguerras o en Israel, esto no supuso un problema, pues las respectivas fuerzas aéreas ‘nacieron’ con ese papel. En la USAF de hoy día la situación es diferente: es una Fuerza Aérea cuya raison d’êtrees el ‘poder aéreo estratégico, y considera el apoyo a tierra como ‘la forma menos eficiente de uso del poder aéreo’.
Sin embargo, en los años del AirLand Battle la USAF se encontraba en una situación única en su historia: mientras que en 1960, los pilotos de bombarderos ocupaban el 77 % de los puestos de generales de la USAF y los pilotos de caza sólo alcanzaban el 11 %, en 1980 estos porcentajes habían pasado a ser del 18 % y del 53 % respectivamente. Este cambio se debía al papel mucho más destacado de los pilotos de caza en Vietnam, que actuaron primordialmente en apoyo del U.S. Army. En consecuencia, el generalato de la USAF no se opuso a ese papel de apoyo al ejército de tierra. Sin embargo, en la actualidad la situación es distinta, como prueba la decisión de retirar anticipadamente de servicio al Fairchild A-10 Thunderbolt II, el único avión específico de apoyo a tierra en el inventario de la USAF.
Este analisis fue echo por Carlos Javier Frías *Carlos Javier Frías es Teniente Coronel de Artillería, Diplomado en Estado Mayor y Máster en Estudios Estratégicos y Seguridad Internacional por la Universidad de Granada.
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